EL DERECHO A LA BASURA

Impacta la frase. La pronunció una mujer en el Congreso de la República en reciente debate, cuando solicitaba que no le impidieran el acceso a los desperdicios que reciclaba para su infravivencia en este mundo. Demanda aparentemente insólita que proviene desde las márgenes de una democracia como la colombiana que no se ha caracterizado por sus tendencias a la inclusión.

Quizás pasó desapercibida en esa sesión, y difícilmente nos acordaremos en adelante de su invocación, por la misma sordera cínica ó impotente con la cual nos hemos venido acostumbrando a recibir los cuestionamientos de demanda de atención social. Así pasó la voz que clamaba en un desierto de indiferencia por su derecho a la basura. No obstante, aunque se trató de un momento fugaz propiciado por la publicidad de las cámaras de televisión, ahí quedó esa imagen de la mujer que reclamaba su apego a ese último hilo de supervivencia que deriva de lo que para otros compatriotas son simplemente desechos.

Es un signo mordaz, una descarnada expresión de la pobreza que se genera con la falta de educación y de oportunidades, y que se ha acrecentado con los implacables procesos de exclusión generados por el desplazamiento forzado y la concentración de energías de los gobiernos en el crecimiento de los índices macroeconómicos, despreciando políticas de contenido social cierto, sin detenerse a medir la potenciación de estas expresiones marginales que van diluyéndose en la frustración, hasta caer, tal vez, en las tentaciones de la violencia que encuentra en la desesperación, fuente propicia.

Cuánto bien le haría a la conciencia política nacional una lectura más atenta de estos hechos que cada día proliferan con mayor fuerza en la vida de los colombianos. Son manifestaciones de un problema social de hondo calado que persiste y que es levadura de violencias. Si no lo atacamos de raíz, nunca se tendrán condiciones estructurales para la consecución de una paz duradera.

La voz de esta mujer es el reclamo de una oportunidad ante los precarios recursos que ofrece la marginalidad en la que sobrevive. Esas voces son las que se merecen el buen oído de la política y la mejor atención de los planes de gobierno.

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