SI TODOS SOMOS CULPABLES…

Con el espejo retrovisor enfocado a gobiernos anteriores, y recordándole a tirios y troyanos los beneficios, dádivas y favores recibidos, en velada apelación al dicho popular “entre bomberos no nos pisemos las mangueras”, el Ministro de Agricultura salió avante en el debate de moción de censura promovido en su contra en el Senado de la República por el escándalo de AIS y, a decir verdad, su estrategia surtió el efecto esperado porque al margen de las componendas y retribuciones que seguramente se dieron, lo que se hizo evidente fue el lavado de manos y la cautelosa evasiva de responsabilidades, para finalmente aplicar la perniciosa lógica según la cual “si todos somos culpables, por tanto nadie es inocente, luego nadie es culpable”.

Es obvio que ha quedado en el ambiente nacional la idea de que, ante la magnitud de la cola de paja, lo que se impone es la permisividad con los vicios que corrompen la vida social, así como también ha quedado al descubierto la falta de un liderazgo efectivo en el comportamiento de las bancadas de todos los partidos, una preocupante incapacidad para aplicar sus reglamentos y en el caso de los llamados partidos de oposición, promotores del debate, una absoluta falta de coherencia en la cual sus dirigentes, y desafortunadamente sus candidatos presidenciales, pasaron inadvertidos.

Si bien es cierto que las últimas reformas políticas han pretendido que la democracia sea una competencia de partidos, lo que se ha visto en la práctica es la desaforada competencia por el tesoro público, las prebendas administrativas, contratos y compraventa de conciencias; prácticas éstas que han sembrado de descrédito al Congreso y desatado los niveles de corrupción del país a deshonrosos lugares, de acuerdo con los índices de percepción de la Oficina de Transparencia Internacional, y vamos irremediablemente, como anota impotente el Fiscal General de la Nación, hacia la “nigerización”.

Los males del país están a la vista y ojalá no los registremos como motivo para el pesimismo y la apatía, sino como la oportunidad para apoyar nuevos liderazgos que, con programas renovados, transparencia y valor cívico, asuman el relevo de una clase política que no ha dado la medida de una democracia incluyente y de una sociedad digna.

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